UN DÍA DE ROMERÍA

Lunes de Pascua. Pedrajas bulle de mañana, en preparaativos. Todo es movimiento y animación. Se enjaezan las mulas, los carros se llenan de banquillos y mantas de campo, de cestos de mimbres plenos de manjares de la tierra, de mujeres con sus pañuelos a la cabeza, de hombres calados con sus negras boinas, de niños juguetones... Todos a Sacedón por entre los pinos: unos a pie, por promesa; en la borriquilla con los serones de esparto rojizo, los otros; los más sobre los altos carros de chirriantes ruedas. Todos a Sacedón. Surge la carrera por ver quién llega primero a los pies de la Virgen.

De juerga tras la comida. Año 1956

            Al llegar, misa de campaña, junto al rumor suave del Eresma, entre esos pinos albares tan de Pedrajas, frente a las nevadas sierras segovianas. Luego, se canta la salve popular, coronada con un ¡Viva la Virgen de Sacedón o viva el niño chiquitín! La dulzaina y el tamboril no cesan de tocar. Corre la limonada por las resecas gargantas. Los “tíos” de los baratillos no cesan en su gritar reclamando a la clientela. Se baja a la fuente a beber un poquito de agua de la Virgen; se desciende rápidamente a las riberas, junto a las aguas turbias del Eresma, para después tener que subir fatigosamente las laderas.

            Luisito, el de Pozaldez, se pasea entre los corros solicitando ufano una limosna, mientras canta esas coplas que hablan de mozas de este pueblo, de amores, de suerte... Canta, y entona toscamente mientras hace graciosas volteretas que hacen surgir la sonrisa en labios de la gente. Luisito es, para nosotros, algo asociado con Sacedón, pues muchos son ya los años que lleva visitándonos.

No muy lejos está el tío de la ruleta, del cual no nos fiamos gran cosa, ese que llama a la gente diciendo: «Barrabás, Barrabás». A su lado las cantinas de cuatro tablas, con sus cubas de limonada. Algunos jóvenes forman altas torres hu­manas mientras las chicas hacen girar sus típicas pelotitas blancas, rellenas de serrín, que cortan veloces el espacio, haciendo aullar al viento. Gente, movimiento, colo­rido, eso es Sacedón en romería.

Arriba: Lavando los platos en la balsa.
Izquierda: Torre humana

Llega la hora de la comida, junto a las retamas, sobre las pardas mantas, el botijo de agua fresca al lado. Tras la comida, siempre hay algunos que arman jaleo, alegrando a los demás. Así hasta la hora de la procesión, momento culminante de la función, en el que, brazos en alto, los mozos danzan ante la Virgen, mientras otras personas rezan el Rosario. Al fin del camino, vuelta la Virgen hacia el pue­blo, escucha otra vez la Salve, como canto de despedida y de ruego. Sólo queda ya la apacible merienda y la conversación amena, hasta el regreso al pueblo, con la vista atrás dirigida a esa blanca ermita que se espera poder visitar de nuevo en la próxima romería.

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