MANDAS Y LIMOSNAS A NUESTRA SEÑORA  

Tradicionalmente solía recibir la Virgen de Sacedón diversas limosnas y mandas (ofrecimientos) en su ermita, cuando era puesta en novena o al pedir para ella por las casas. Típicas debían ser las roscas o rosquillas, ofrecidas en forma de ramos, el tercer día de Pascua, que luego eran «rifadas» o subastadas públicamente. No faltaban los regalos en forma de frutos de la tierra como trigo o membrillos; otras veces se le ofrecían animales como corde­ros, cabritos y —cosa curiosa— hasta una marrana que donó un tal Manuel Pérez a la Virgen en 1680, valorada después en 143 reales.

Cierta ocasión (1712), se toparon unas ovejas en los pinares, y no apareciendo dueño, se donaron a la Virgen como regalo. No faltaban, asimismo, limosnas en moneda, incluso de gentes de Cogeces, Megeces e Íscar.

A veces había personas que se escabu­llían a la hora de pagar las mandas prometidas, como sucedió en 1686, cuan­do «un zapatero que estaba en el lugar dio de limosna tres fanegas de trigo por unas rosquillas, y luego se fue de noche, sin que le viesen y no se ha sabido adónde se fue, para poder haber ido a cobrarlas».

Otras veces, los devotos ofrecían man­das, de buena fe, que luego no podían satisfacer, como nos cuenta el cura de Pedrajas en 1747, cuando solicita del señor obispo «se abonen al mayordomo de esta ermita 420 reales que no puede cobrar de ocho conocimientos que hicie­ron ocho vecinos, ofreciéndolos de limos­na a Ntra. Sra. en ocasión que se hallaba en la villa, en novenas, por el temporal, los cuales ya se hallan reducidos a una extrema necesidad, y otros ya difuntos sin haber dejado más que deudas, lo que es público y notorio».

Esto, al parecer, era frecuente en épocas de necesidad perentoria. En 1815, el cura nos dice que «... no me hago cargo de algunas mandas que ofrecieron los veci­nos el día de la función, por no haberlas cobrado, como ni de algunos maravedís que daban de limosna los fieles por llevar a la Virgen en la procesión, porque se invertían en pagar los derechos al cura y sacristán, y no alcanzaban, a veces, a cubrirlos».

 

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