MI NIÑEZ
Nací en Pedrajas el 13 de marzo de 1930, en la casa
de mis padres Vidal Romo Martín y Octavia de Pedro Lozano, en frente de
la iglesia, en la calle Cementerio, hoy San Esteban, donde tiene la
tienda mi sobrina Pili.
Fui a la escuela en Pedrajas con doña Florencia,
doña Poli y otra maestra coja, que daba caramelos al perro del padre de
Luis el Ataquinero. Recuerdo de pequeña que la gente pasaba
mucha hambre después de la Guerra. Yo era muy curiosa, me gustaba ver
las bodas, sobre todo oír eso de que si alguna persona conoce algún
impedimento, tiene obligación grave de manifestarlo. Las amigas eran
las de la Plazuela: Alejandra, hermana de las Misioneras de Acción
Parroquial, y su hermana Milagros; Maruja Román Vela, la hija de la
señora Teófila, en fin, las del barrio...
EN MADRID
Dejé la escuela a los catorce años y enseguida
marché a Madrid a trabajar en casa de mis primos los hijos de Miguel
Oñate y Araceli de Pedro, que estaban en Madrid estudiando, y sus
padres en Pedrajas. Mi prima Araceli era mi madrina, sabía música y
tocaba el órgano cuando venía a Pedrajas. Estando allí iba a un
convento de los padres franciscanos en la calle Duque de Sesto, a los
Antonianos: los domingos a dar catecismo a los suburbios, fuera de
Madrid; los miércoles a coser para los pobres; los sábados a enseñar
el catecismo a niños que vivían al lado del colegio de los padres
franciscanos.
NOVICIADO EN PAMPLONA
Teniendo 22 años, un padre franciscano, que era
organista, me dijo que ya era hora de pensar lo que iba a hacer con mi
vida. Me mando ir a ver a las Madres Concepcionistas, que eran de
clausura. En cuanto vi las rejas, me dije que jamás entraría allí. Me
mandó entonces a las Franciscanas Misioneras de María, que tenían
casa en Madrid, en la calle Joaquín Costa. Hablé con ellas y decidí
entrar en la orden. Me mandaron a Pamplona. Entré de postulante el 13
de marzo de 1952. Allí pasé seis meses, hasta que tomé los hábitos,
ese mismo año, en septiembre. En Pamplona, como todas las hermanas
teníamos que aprender de todo, me pusieron en principio a coser, pero
yo no podía estar sentada, me gustaba correr de un lado para otro. Así
lo dije y me pusieron en la huerta, ¡qué bien me lo pasaba en la
huerta!
EN BÉLGICA
El 15 de enero de 1953 me enviaron a Bélgica, donde
he estado toda la vida. Yo quería ir a África, pero me mandaron allí.
Primeramente estuve en la casa de Gooriend, donde trabajé en la
lavandería, en la plancha, incluso en la zapatería, que hacíamos los
zapatos de las hermanas, entonces eran blancos, como los hábitos.
El 16 de septiembre de 1954 hice mi primera
profesión allí en Gooriend. Al tomar los hábitos tomé el nombre de
sor María Alda Luisa. Después del concilio Vaticano se aprobó que se
podía cambiar y volví a tomar mi nombre, sor Pilar. Tener dos nombres
daba muchos problemas a la hora de firmar documentos. Me quedé fija
como encargada de la lavandería, lavábamos toda la ropa de la casa.
También trabajar con las novicias, enseñarlas, todas las hermanas
aprendíamos todo. Los sábados yo iba a la parroquia de Gooriend y
lavaba y planchaba toda la ropa de los altares del presbiterio. También
salía muchas veces con otras hermanas a vender por las casas libros,
labores de ganchillo, cositas para los niños; algunos no compraban,
pero nos daban limosna para las misiones, que entonces teníamos muchas.
A la vez hacíamos mucho apostolado, porque hablábamos con mucha gente.
Hacíamos mucho sacrificio, porque recorríamos toda la Bélgica
flamenca, la del Norte, en tren, a pie. Nos quedábamos a dormir en
conventos de otras hermanas, que los había en casi todas las ciudades.
De comer solían darnos en algunas casas, o si no, comprábamos algo.
Después empecé a trabajar como enfermera en la casa. Durante seis
años me ocupé de cuidar enfermos que iban a reposar a nuestra casa o a
recuperarse de enfermedades, a cargo de la Mutualidad Belga, el seguro
estatal.
... Y DE ENFERMERA EN BRUSELAS
Pasé después a la casa de Bruselas, donde sigo
estando ahora, 25 años después, siempre trabajando como enfermera. Una
hermana me enseñó a poner inyecciones ensayando con una naranja.
Siempre que pico procuro tener mucho cuidado. Hago siempre una cruz en
la zona, no por motivo religioso, sino para acertar bien con el sitio
adecuado.
Un día corriente en nuestra casa, me levanto a las
seis menos cuarto de la mañana. A las 6:20 horas me pongo a rezar hasta
la hora de los oficios de la mañana. A las siete desayunamos y cada una
lava su vajilla. Después me dedico a visitar y cuidar a los enfermos,
darles las medicinas, limpiar, etc. A las doce y diez comemos, allí se
come muy pronto. Acabada la comida, fregamos los platos entre todas,
incluidas las superioras. Después de las comidas tenemos tiempo libre,
yo lo dedico siempre a la siesta, como buena española.
En nuestra orden, además de ser misioneras, somos
también adoratrices, por lo que tenemos expuesto el Santísimo en la
capilla, desde las diez y media hasta las doce de la mañana y de tres
de la tarde a cinco y media, que tenemos de nuevo oficios, vísperas y
misa. Hacemos por lo tanto turnos de adoración mientras el Santísimo
está expuesto.
Después tenemos la cena, a las seis y media de la
tarde, fregar, luego tiempo libre, para ver la tele o hablar. Los jueves
y domingos celebramos reuniones para estar informadas de noticias de la
Comunidad en todo el mundo.
Por mi cargo de enfermera, salgo mucho a la farmacia
a por las medicinas y trato con mucha gente. Yo saludo a todo el mundo,
tengo siempre una palabra para todos.
Me acuerdo mucho de Pedrajas, me gusta mucho tener
noticias de mi pueblo, enterarme de lo que pasa. Cuando llamo por
teléfono dicen que lo primero que pregunto siempre es quién se ha
muerto en el pueblo. Dentro de unos día vuelvo a Bruselas, a seguir
cuidando enfermos, mientras las fuerzas no me fallen, si Dios quiere.
Pedrajas de San Esteban, 21 de junio de 2003.