INAUGURACIÓN DEL MONUMENTO A ELOY ARRIBAS 
EN AREQUIPA (PERÚ), DÍA 11 DE JUNIO DE 2006.

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HOMENAJE A ELOY ARRIBAS EN PERÚ

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 PALABRAS PRONUNCIADAS POR JESÚS ARRIBAS, HERMANO DE ELOY, EN REPRESENTACIÓN DE TODA LA FAMILIA.
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Arequipa era para nosotros, jóvenes encerrados en un pequeño pueblo de la España triste de los años 60, sobre todo, un nombre exótico, un lugar remoto, más allá del Atlántico, más aún, pegado al Pacífico, que olía a aventuras, a tierras sin explorar, a volcanes que rozaban el cielo. Arequipa era algo que desbordaba nuestra imaginación. Y allí, en esa Arequipa misteriosa y salvaje, situábamos a nuestro hermano, al seminarista Yoyo, sus clases en latín, su teología, su sotana negra, como un bicho raro, un loco que había abandonado las seguridades de su casa, la tranquilidad, la vida de familia, para irse, en barco, nada menos, a la otra punta del mundo para seguir su vocación de misionero, que para nosotros, pequeños ignorantes, debía de ser como ir a convertir y bautizar indios en la selva.

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Pero poco a poco, conforme fotos borrosas en blanco y negro, sobre de papel ligero, correo aéreo, sellos nunca vistos, iban invadiendo nuestra vida, Arequipa, el volcán Misti, el Pueblo Joven, palabras tan lindas, la misión, Cristo, fueron adquiriendo otro significado para nosotros. La realidad se aclaraba y al mismo tiempo era como si fuéramos perdiendo la inocencia.

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Las cartas de Yoyo hablaban de pobreza, de los cholos que bajaban de la Sierra, de las indias con pollera, de cientos, de miles de personas que huyendo de las penurias del campo bajaban a la ciudad para descubrir que la pena era la misma, que la ciudad, la gran Arequipa, era un pedregal, un enorme solar baldío en el que tenían que edificar su casa, su chabola, su cabaña, su vida. Arequipa era su folclore, sus bailes, sus cuecas, sus canciones. Y allí, entre ellos, con ellos, estaba nuestro hermano, que ya era el padre Eloy, que ya no vestía la sotana negra. Era como si al despojarse de ella, al cambiarla por unos vaqueros, por una camisa, nos hubiera desvelado al mismo tiempo en qué consistía el trabajo de misionero, que no era, como erróneamente habíamos imaginado, el de convertir indios y hacerlos ir a misa y que se confesaran y comulgaran, sino un empeño mucho más difícil, más arduo, más sacrificado. Más sencillo. Consistía llanamente en ofrecer esperanza a quien no tenía donde agarrarse, fe al que no tenía motivos para creer, ayuda a todo aquel que la necesitase.

 

Nació entonces, otra Arequipa en nuestro interior. Una Arequipa que iba creciendo conforme tomaban cuerpo todos los sueños de nuestro hermano Eloy, de todo su grupo, de su gente. Los sueños materiales, agua y desagües para todos, escuelas, una iglesia que sirviera de centro de reunión, de convivencia, de acción. Comedores para los niños, centros de formación para que aprendieran un oficio los mayores, trabajo colectivo para echarse una mano unos a otros. Los sueños no tenían fin, y con ellos, al ritmo del alma visionaria de Eloy, Arequipa se iba transformando en nuestra imaginación. Eloy no paraba. Cubiertas mínimamente las necesidades físicas, llegaba el turno de las inmateriales. Allí, a Pedrajas, a Valladolid, a nuestra tierra española, que ya no era tan triste, nos llegaban retazos de ello. Fotos, cartas, viajes apresurados de Yoyo, espaciados. Acudía a Europa no sólo a descansar, a recargar las pilas, a tomar energías nuevas, sino a solicitar, a pedir, a recorrer media Europa en busca de donativos, de financiación, de vida para sus proyectos. Para el más querido de todos, para la radio, para el instrumento que comunicara a todos con todos, el instrumento que más debería contribuir a la transformación del mundo. Paso a paso. Primero fue el boletín de Ama-Kella, hojas impresas con ciclostil que nos llegaban a España también. Luego, los altavoces por las calles. Finalmente la emisora. El barrio, la ciudad, el continente.

 

Por fin, casi 40 años después de su primer viaje, cuatro años después de una muerte prematura e inesperada, pisamos nosotros Arequipa, Miraflores, el Pueblo Joven de Alto Misti. Y esta hermosa mañana descubrimos que es todo aquello que habíamos pensado, exótica, lejana, dura, solidaria, alegre, triste. Todo lo que el trabajo, la imaginación de Eloy, había hecho crecer en nuestro interior. Pero también hemos descubierto que era todo eso y mucho más. Que Arequipa es una obra y una gente. Os hemos conocido a vosotros. Ya habíamos estado con Leonor, con Justino, con Hugo… Han sido la avanzadilla, la representación de todos vosotros, que ahora, hoy, nos desbordáis con vuestra generosidad, nos emocionáis, nos hacéis sentirnos envidiosos, una vez más, de nuestro hermano, que tanto tiempo estuvo con vosotros.

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Todos habéis conocido o habéis oído hablar del padre Eloy, de nuestro hermano Eloy, que para nosotros siempre ha sido Yoyo, Yoyito, y por eso, estaréis con nosotros, sabéis que de estar vivo, de seguir todavía trabajando con vosotros, entre vosotros, nunca habría aceptado que se le rindiera un homenaje, por modesto, sincero, que fuera. Todos sabéis, todos sabemos, que su generosidad, su desprendimiento, su humildad, su personalidad tan lejana de las pompas vanas, su necesidad de diluirse entre los suyos, entre los pobres de la tierra, le habrían hecho detener en seco cualquier intento de dedicar a su figura, a su trabajo más reconocimiento del mínimamente necesario.

Sin embargo, desgraciadamente, el padre Eloy ya no está aquí, ni con vosotros, su gente, su vida, ni con nosotros, su familia, así que todos nos podemos permitir el pequeño lujo de, por una vez, llevarle la contraria con la seguridad de que no alzará la voz ni torcerá el gesto para impedirlo. Aprovechémonos, pues, y disfrutemos. Festejemos su memoria, hagamos llegar su ejemplo a todos los rincones, gracias a vosotros, a la generosidad de toda la gente de Arequipa, la ciudad que lo que fue todo para Yoyo y que tanto, y tantas cosas, ha significado en nuestras vidas. La gente que tantas cosas nos ha enseñado de la vida.

A todos nosotros nos ha pasado a veces, cuando paseamos por cualquier ciudad, que nos quedamos leyendo en una placa el nombre de una persona que da nombre a una calle, o la placa a los pies de un monumento, de una estatua. Y siempre, sin fallar ni una vez, nos hacemos dos preguntas. Una de ellas es innecesaria. ¿Quién era esta persona, este hombre, esta mujer? ¿Dónde nació? ¿Cuándo? ¿En qué circunstancias? Todo ello es secundario, en efecto, porque lo que nos importa de verdad, lo que da sentido a su vida, es lo que nos preguntamos con la segunda cuestión. ¿Qué hizo en la vida? ¿Qué preocupación le llevó a trabajar para que todos tuvieran una vida mejor? Desgraciadamente, muchas veces, excesivas, demasiadas, los méritos de la persona que da nombre a una calle, a una plaza, a una avenida, que le hacen merecedor de una estatua, de un monumento, se reducen al hecho de haber sido una persona poderosa, propietaria, rica; a haber sido un militar, un invasor, un conquistador, que se ha erigido a sí mismo el monumento en homenaje propio, ridículo. Gente cuyo ejemplo merecería ser borrado para siempre.

Eloy, el padre Eloy, Yoyo, también fue, en cierto sentido, un conquistador, un habitante de la rica Europa que llegó a América Latina para establecerse, para labrarse su vida, para vivir entre los americanos. Pero, afortunadamente, ahí se acaban los paralelismos. Eloy llegó de España, sí, como los conquistadores de hace 500 años, pero sus únicas armas eran sus manos, su único patrimonio, su corazón, su única ansia, el deseo de acabar con la pobreza, con las desigualdades, con la falta de cultura, de todos los que fue conociendo desde sus primeros años en Alto Misti, en la parroquia Cristo Obrero.

La generosidad de Yoyo, creemos, y lo decimos emocionados, se ha visto reflejada en la generosidad con la que hoy vosotros, toda su gente de Arequipa, le rendís homenaje. Y nos emociona más aún el saber que habéis sido vosotros, vuestro corazón, antes que las gentes de su pueblo, que los que le vieron crecer en Pedrajas, los que habéis pensado que su recuerdo, que su memoria, debería perdurar; que cuando un niño de Arequipa dentro de 10, 20, 50 años, pasee por esta hermosa plaza, contemple este magnífico monumento, y se pregunte no ya quién fue el padre Eloy Arribas, sino simplemente qué hizo para merecer este rincón habrá alguien a su lado que pueda decirle, con orgullo, que fue un joven de la lejana España que decidió dedicar toda su vida, su energía, su amor, a la alegría, a la vida de los demás.

Muchas gracias.

 

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Más información sobre ELOY ARRIBAS EN:

V MEMORIAL ELOY ARRIBAS

http://www.pedrajas.net/pedrajas/NOTICIAS/2002/PRIMAVERA/ELOY.htm 

http://www.pedrajas.net/pedrajas/NOTICIAS/2002/INVIERNO/pedrajassolidario.htm 

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Y para cerrar la ceremonia, el cuarto premio "Eloy Arribas Lázaro" fue concedido al reverendo padre Francisco Muguiro, director de Radio Marañón de Jaén, ...
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